Para jugar a la pelota en la calle no había horarios ni de inicio ni final. Podía ser a la mañana principalmente cuando no había clases. Casi sin peinarme y con el Nesquik aun tibio corría por el pasillo hasta el portón y de ahí a la libertad callejera había un solo paso.
El sol de invierno era especial para jugar a la pelota. Los arboles de Don Domingo casi sin hojas con un tronco gordo y bien marrón estaban esperando al mejor arquero volador. A la altura del ángulo superior derecho del arco imaginario estaba la ventana de la pieza de don Domingo, por eso había que ser muy bueno para evitar el estruendoso sonido a chapa despintada. Pero a don Domingo no le importaba si el chanfle salía torcido, jamás nos echó, solo asomaba su pequeña figura retacona y gordita para hacer algún mandado olvidado.
Recuerdo verlo con su camisa clara, unos pantalones sujetados por un cinto a la altura del ombligo y un gorra a cuadrille comprada en la tienda de don Pedrito Grandi. Mi abuelo también era cliente de ahí.
Jugar a la pelota en la calle y usar los arboles del vecino tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. El arco estaba perfectamente en línea, el pasto crecía lindo y si volabas no te raspabas tanto. Pero había algo insalvable, algo que nos permitía maldecir el momento y era el cordón siempre con agua sucia. A veces la pelota nos quedaba difícil para definir un gol, no la agarrábamos bien de abajo para que levante altura entonces era inevitable que estallara en la suciedad salpicando hasta hacernos cerrar los ojos y que las "Flechas" nos quedaran marrones.
Pero había un lugar en la cuadra que nos gustaba usar. Casi enfrente de mi casa había un taller mecánico cuyo ingreso era un enorme portón de chapa metálica color celeste. Pero tenía sus cosas buenas y sus cosas malas. Para el ingreso de los autos rotos no había cordón, el arco imaginario era también red y cada gol sonaba a portón roto, el enorme playón de entrada nos imaginaba el area grande y le daba profesionalismo a la cosa. Pero había algo que nos impedía jugar, el mal humor del "Gringo" Facca, el dueño del taller.
Medio petiso, gordo hasta los codos, pelo corto y rizado, bigotes y barba de varios días, siempre el mismo vaquero sucio de aceite y grasa y una camisa desalineada con una parte fuera del pantalón. Poco simpático, su poco humor iba de la mano de su menos paciencia y amor por los niños…y menos si estos le cortaban la siesta.
El portón era muy alto pero a mí y al "tanito" nos gustaba hacer goles, pero cada gol era una tormenta de ruidos del chapón que se movía y del candado tamaño familiar que se golpeaba.
Y ahí salía el "gringo" malhumorado. Se subía a su camión y nos corría por la cuadra. Los arboles de Don Domingo servían ahora de escondite. Si eras muy hábil te podías trepar y desear que pase rápido y sin verte.
Esperábamos un rato charlando en el porch de casa, las zapatillas llenas de agua sucia, el flequillo traspirado con tierra por algún cabezazo a lo "Tanque" Rojas, las rodillas mescla de sangre y asfalto, el corazón saliendo a buscar aire…pero con una sonrisa compinche de felicidad, de amistad por siempre después de una clase intima de juego divertido, compartido y lleno de infancia.
¡HASTA LA PROXIMA!
Néstor Oscar Bueri
Psicólogo Social
Futbol infantil