Matías tenía 7 años cuando empezó en la escuelita de futbol de su ciudad, apenas 110 centímetros separaban el suelo de su remolino en la frente. Su talle de jugador era mas grande que él mismo por eso los pantalones le tapaban las rodillas y se subía las medias tan altas "porque si me caigo no me las raspo" decía, y vaya si se caía.
Mati llegaba con su mochila de la escuela, se ponía los botines sin desatarse los cordones y se subía las medias hasta el muslo. Se ponía la camiseta de River, se peinaba su remolino caprichoso y entraba a la canchita con una alegría tan contagiosa que todos sus compañeros lo saludaban "chocando los cinco" y en seguida le pasaban la pelota. Todos lo conocían, todos le pasaban la pelota y todos compartían con él una tarde entera de futbol y diversión. Ubicado en su punta izquierda, corría, se entreveraba entre las piernas cuando la pelota se empecinaba en no salir de ese nudo, a veces se caía, se levantaba las medias y de nuevo en el entrevero. Gritaba los goles a lo "chileno Salas" pero su ídolo era Orteguita. No le importaba perder y que le hagan mas goles, Matías seguía firme a su historia…era un niño jugador de pelota en su máxima expresión. Su instructor y DT siempre lo llevaba a los partidos y todos sus compañeritos esperaban que Mati cantara y bailara cumbia antes de salir a la cancha. Así era Matías, divertido, buen compañero, si le tocaba estar en el banco alentaba mas que los padres, nunca se enojo con nadie, ni con adversarios y menos con sus amigos de futbol y DT, pero al momento de entrar a jugar no existía otra cosa que comprometerse con el equipo, iba de aquí para allá, atacaba , defendía, la pedía, gambeteaba, daba pases, se tomaba la cabeza en un gol que se perdía, festejaba los goles siempre de una forma distinta, según lo que copiaba en la tele. El futbol era su juego, su historia y su mundo.
A todos lados lo acompañaba su padre que solo miraba como su hijo se divertía. Cuando todo terminaba, lo ayudaba a cambiarse, lo tomaba de la mano y se iba a su casa a cumplir con su tarea tanto escolar como la relación padre-hijo. Un día la categoría se quedo sin DT, esa persona proactiva, predispuesta, de domingos huérfanos de hogar, de horas dedicadas a ser suplente de padres con todo lo que eso abarca, decidió priorizar a su familia. Había sido un año demasiado sacrificado para un simple trabajador. Entonces la comisión del club le solicito al padre de Matías ser el DT de la categoría. A partir del primer día de practica todo cambio; el padre de Mati se convirtió en el que da ordenes, el que se convierte en competitivo, el que a veces reta a sus amiguitos, el que discute con los referee, el que a veces habla mal del compañerito de clase, el que discute con los padres del niño que no juega. Así Matías perdió la alegría de jugar, ya no corría como antes, la pelota le daba miedo, se descomponía antes de entrar a la cancha y ya no cantaba cumbia en el vestuario. Un compañerito de catecismo lo invito a una clase de ajedrez y ahí se sintió importante de nuevo, le enseñaban sin presiones y no sentía vergüenza. Traigo palabras de el gran tenista André Agassi "…Hasta los 13 años, amé cada minuto que pude jugar y eso se lo debo a mi padre. El tiene mucho que ver con mi éxito, pero en la adolescencia nuestra relación se basaba exclusivamente en el tenis. Y yo quería que él fuera mi papá y no mi entrenador!" quizás en su actitud estas ultimas palabras fueron las de Matías, el rol de padre es irremplazable, es un don de Dios imposible de suplantar y del que no se debe desviar. Hoy Mati volvió a la escuelita de futbol y su padre a llevarlo como antes, no se si hay cumbia en el vestuario, pero en el corazón de Matías se respira un aire distinto
HASTA LA PROXIMA
NESTOR OSCAR BUERI
Coordinador y Observador de Grupos
Psicólogo Social