La leyenda del sátiro, el profesor Salame Seco, y romances con cadetes de la Fragata Sarmiento. A continuación volvemos a publicar uno de los mejores relatos de la saga de colaboraciones publicadas en nuestro diario "Escuela Normal, Caminando hacia los 100", a cargo de ex docentes y ex alumnos de la ENEC.
Corre marzo de 1953. La Escuela Normal se traslada a las nuevas instalaciones que hoy ocupa en Rivadavia (actualmente Varela) entre Ameghino y Sívori. Los de mi clase inauguramos el primer año en ese maravilloso edificio provisto de todo lo necesario para un virtuoso desarrollo del quehacer áulico. Los pizarrones guillotina, las tarimas en cada aula, los laboratorios de física y de química, el gimnasio, la sala de profesores, las imponentes escaleras hacia la planta alta y los roperos individuales en las galerías (que más tarde descubríamos como lugar ideal para esconderse en horas de clase cuando no sabíamos la lección). Todo era maravilloso y olía a nuevo.
Viene a la memoria el atuendo de los alumnos. Para las damas delantal blanco abrochado atrás y con cuello palomita (o bien pechera de piquet si se asomara algún otro color de una prenda de vestir interior). Zapatos negros abotinados y odiosas medias de muselina. Cabello recogido y nada de maquillaje, aunque las más osadas usábamos un cosmético suave que pasara inadvertido Los varones, debajo del delantal blanco abierto adelante, rigurosa camisa del mismo color y corbata azul. Pantalón largo (dado que hasta la pubertad los niños usaban pantalones cortos) zapatos negros y medias azules.
Cada mañana llegábamos a la escuela en largas caravanas. Los inviernos traían las heladas, las escarchas y los sabañones (incombatibles en esa época), que nos hinchaban sobre todo los dedos de los pies y de las manos y a veces las orejas. La travesía era "larga". La escuela quedaba muy lejos de nuestros hogares. Sus aulas eran frías, sin otra calefacción más que la humana. Al salir al recreo, una temperatura más extrema encontrábamos tanto en las galerías abiertas y como en el patio descubierto.
Entre las anécdotas que evoca nuestro grupo, se encuentra "la leyenda del sátiro", que vivía en el zanjón ubicado en el cruce de la Rivadavia con la Jacob. Allí, en esa zona muy baja del pueblo, para cruzar "la Jacob" atravesábamos un puentecito. Por debajo del mismo corría abundante agua. El zanjón, entubado cerca de la década del sesenta. En ese lugar, se decía, aparecía el susodicho. Las recomendaciones de nuestros familiares eran: - vayan todos juntos y no se detengan… puede aparecer el "sátiro". ¡Cómo deseábamos que apareciera! Mirábamos por la barandilla… y nada. Nunca conocimos al sátiro. Con el paso del tiempo le leyenda se diluyó.
Para entrar a primer año debía aprobarse el examen de ingreso. La nota obtenida posibilitaba la elección de idioma. Era un examen estricto que resumía todo lo aprendido en el ciclo primario, que en ese entonces también era riguroso. Entre los profesores del "secundario" acuden a nuestra mente los nombres de Sara Albarellos, Miguel Bruni (al que apodábamos "el protoplasma"), Ismael Celle, Angela de Cintas, Emma Balduzzi , Celia Scarpatti, Arturo Garcia, Edmundo Savastano (director del establecimiento), Lilia y Berta Marquehosse, Amalia y Raquel Del Pino, Matilde Rebollini… Muchos de ellos no vivían en nuestra ciudad y llegaban a ella, la mayoría en tren. Uno de los profesores que viajaba desde la Capital Federal era Saturnino Sánchez Sanders. Personaje recordado por sus grandes bigotes y su bohemia, dictaba castellano. Las iniciales de su nombre posibilitó a sus alumnos la producción de un versito: "Salame Seco sin Sal, se seca solo sin sal, Saturnino Sánchez Sanders, Su Seguro Servidor".
Para aprobar cada materia debía obtenerse un promedio anual de siete puntos. Quien no lo lograba debía rendir examen en diciembre. Siete puntos significaba dominar los contenidos de la materia de izquierda a derecha y de arriba abajo.Una mañana muy fría, dictando clase de inglés el profesor Celle, insistía con un alumno con la fonética "shh"…"sh"…"sh"… cuando de pronto en un "sh", se apagaron las luces. ¡Risas generales!
Hacíamos los mapas en papel de plano, con tinta china y plumín. Recuerdo haber estado confeccionando uno en el hogar, cuando inesperadamente sorprendió una explosión dada en la refinería Esso. El impacto provocó la sacudida, el plumín cayó sobre el papel de plano y adiós mapa.
En el segundo recreo pasaba el carrito con la copa de mate cocido. Y si… allí apuntábamos las damitas… porque el carrito era conducido por los varones de quinto año. A partir de segundo año germinaron los "filitos". Aunque las salidas de la casa de cada uno eran rigurosamente controladas, siempre había una excusa: algún elemento escolar hacía falta para ir hasta la librería Comelli o la ausencia de un libro de estudio nos remitía a la Biblioteca Municipal… y ahí nos esperaba el noviecito.
Culminado el Ciclo Básico ingresábamos al Ciclo Superior. Quienes elegíamos Magisterio sorteábamos con total integridad las materias psicopadagógicas y accedíamos a la asignatura Práctica de la Enseñanza. Cuánto aprendimos con las Srtas. Celia Scarpatti y Zunilda Vázquez. Planteábamos las clases que luego desarrollaríamos en el nivel primario, con todos sus pasos. También realizamos nuestras experiencias en el Jardín de Infantes de la escuela. Recibimos de todos nuestros profesores una excelente formación científica y pedagógica.
Finalizando el cuarto año nos correspondió organizar la despedida de egresados de los alumnos de los quintos. La Srta. Lucila Puenzo, por entonces la directora del establecimiento nos advirtió: "Nada de alcohol" Nuestros coctails o clericós, como los llamábamos… lo tenían y en abundancia. Sin embargo Puenzo o no se enteró o no quiso enterarse. De todos modos esperábamos su reacción ante el anunciado "Desfile de mallas femeninas". Y cuando debían aparecer las "Chicas"…lo hicieron dos varones sosteniendo un largo palo del cual pendían todas las mallas.
La frutilla llegó al promediar el quinto año. Anualmente arribaba a Zárate la Fragata Sarmiento con los cadetes que en el último curso de su formación realizaban las prácticas de estudio. Como parte de un vínculo inter institucional la escuela era invitada a visitar el barco. Quienes iban a la embarcación eran agasajados con garbo. El Capitán se encargaba de recoger en la escuela normal a profesores y alumnos. Nosotras, vestidas de noche, abordábamos la embarcación toda iluminada. Nos esperaba la tripulación con traje de gala. Transcurría todo en el Casino de Oficiales donde se nos brindaba un copetín. Luego el baile entre luces, reflejos en el agua y sueños de fantasía. Y si…hubo impactos juveniles de adolescentes. Lo cierto es que como posteriormente realizábamos paseos a Capital con el profesor Nasi, nos reencontrábamos con aquellos cadetes con los que nos habíamos conocido. Y la relación perduraba por un tiempo…Todo fruto de una época de sana, donde la fe y la alegría mantenían toda la pureza de la juventud.
No obstante la rigidez de los métodos y procedimientos de la escuela en nuestro tiempo, crecimos y nos formamos sin traumas, se templó nuestro carácter y se forjó nuestra personalidad.
profesores y directivos, en los años ’60. Entre ellos: Ma. Cándida de Marensi, Miguel Bruni, Sara de Albarellos, Raúl P. Russell, Susana de Guerra, L. Morena, Carlos Quetglas, Graciela Scornelli de Traverso, Raquel Lozano, Morena, Pagani, Clodomira Chichizola, y Pipi Dintino.
HIMNO DE LA ESCUELA NORMAL
Letra: Gervasio Melgar / Música: Héctor Iglesias Villaud
Escuela fértil y pura
plena de cumbre y de llano
tu voz es rumbo lejano
tu paso es senda madura.
Eternizas en tu huella
la claridad del rocío
tienes la inquietud del río
y el largo don de la estrella.
Te das en la maravilla
de la nube y de la rosa;
te das en la silenciosa
paciencia de la semilla.
Es tuya la transparente
virtud del trino y del vuelo.
Con su alta mano de cielo
la patria enciende tu frente.