"Del Otoño aprendí que aunque las hojas caigan, el árbol sigue de pie" --Anónimo. // "El Otoño es una segunda Primavera, dónde cada hoja es una flor" --Albert Camus.
Hace unos días ha comenzado el Otoño. El Equinoccio que significa noche igual, es el instante preciso en el que la duración del día y la noche coinciden en cualquier punto de la Tierra. El sol se sitúa en el plano del Ecuador Terrestre dónde alcanza el cenit. Este instante en el que el eje de la Tierra es perpendicular a los rayos del sol sólo ocurre dos veces al año. A partir de ahora los días serán más cortos, llevándonos hacia el Invierno. Hay un cambio en la energía de la Tierra, que empieza a bajar hacia las raíces, invitándonos a ir hacia adentro. Momento de agradecer los frutos de la cosecha del Verano, celebrando la madurez y la dulzura de todo lo recogido, invitándonos a echar raíces, a quedarnos con la esencia y continuar más ligeros. Así como las hojas no caen sino que se sueltan, es momento de dejar caer eso que ya no es importante y sin ningún esfuerzo bajan a la tierra para fundirse y transformarse en abono.
Pienso que hay muchas personas que admiran el Otoño, que han quedados deslumbrados ante la caída de una hoja o mirando la alfombra dorada que se eleva en remolinos mecida por el viento. Sin embargo, si las observamos bien, veremos que las hojas "no se caen" sino que al llegar esta Estación, inician la danza maravillosa de soltarse.
Cada hoja que se suelta es una invitación que nos llega para que nos predispongamos como ellas, al desprendimiento, pues debemos comprender que las hojas no caen, sino que se desprenden en un gesto supremo de generosidad y profunda sabiduría: la hoja que no se aferra a la rama y se lanza al vacío del aire sabe del latido profundo de una vida que está siempre en movimiento y en actitud de renovación. La hoja que se suelta comprende y acepta que el espacio vacío dejado por ella es la matriz generosa que albergará el brote de una nueva hoja.
La coreografía de las hojas soltándose y abandonándose a la sinfonía del viento, traza un indecible canto de libertad y supone una interpelación constante y contundente para todos y cada uno de los árboles humanos que somos nosotros. Escuchemos a esas hojas que danzan en el aire y que nos susurran al oído del alma: ¡suéltate!, ¡entrégate!, ¡abandónate! y ¡confía!
Cada hoja que se desata queda unida invisible y sutilmente a la brisa de su propia entrega y libertad. Con este gesto la hoja realiza su más impresionante movimiento de creatividad ya que con él está gestando el irrumpir de una próxima Primavera.
Reconozcamos ante este público de hojas moviéndose al compás del aire de la mañana, que somos un árbol al que le cuesta soltar muchas de sus hojas, pues tenemos miedo a la incertidumbre del nacimiento del nuevo brote. ¡Nos sentimos tan cómodos y seguros con estas hojas predecibles, con estos hábitos perennes, con estas conductas fijadas, con estos pensamientos arraigados, con este entorno ya conocido!...
Pensemos en este tiempo, en sumarnos a esa sabiduría, generosidad y belleza de las hojas que " se dejan caer". Tengamos deseos de lanzarnos a este abismo otoñal que nos sumerge en un auténtico espacio de fe, confianza, esplendidez y donación. Sabemos que cuando cuando nos soltamos desde lo más profundo de nuestra conciencia y libertad, el desprenderse de la rama es mucho menos doloroso y más hermoso.
Las hojas que se resisten, que niegan lo obvio, tendrán que ser arrancadas por un viento mucho más agresivo e impetuoso y caerán al suelo por el peso de su propio dolor.
Debemos comprender y entender que las hojas no caen, se sueltan, por éso debemos dar gracias por el desprendimiento y sobre todo, que aprendamos a dar y darnos el amor que merecen y nos merecemos.
¡Feliz Otoño!