La vida te va llevando de a poco hasta un callejón que obliga a tomar una decisión. No me gusta cuando me encuentro entre las cuerdas de elegir, me hago el tonto. Pero el momento, tarde o temprano llega.
No queda otra, me dije; y tuve que decidir si pasar por debajo de una escalera o no. Desde la esquina, vi la escalera sobre el frente de una casa y dos albañiles conversando al pie de la misma. No quería improvisar a último momento por dónde pasar, así que mientras me acercaba al lugar hice un análisis del panorama. La posición de la escalera, de los albañiles y el estrecho espacio que quedaba entre el canasto de la basura y los trabajadores.
Mientras más me acercaba a la escena la situación seguía intacta, pero todavía no podía elegir por dónde pasar. A tres o cuatro metros antes de llegar a la escalera, me dije: "Ya soy grande para estas cosas", y pasé por debajo de la escalera simulando una actitud indiferente. Llegué a la ferretería, pedí un "cosito" para la grifería y cinta de teflón.
Apenas salí se largó un chaparrón, de esos que te empapan en dos minutos y recordé cuando en la casa de la Nona encendíamos una hoja de olivo para que pare la lluvia.
La Nona guardaba de la misa del Domingo de Ramos, en el cajón de la mesa de luz, unas hojitas de olivo para encender los días de tormentas. Ese recuerdo me hizo meditar sobre mi actitud superadora sobre las supersticiones.
Regresé por la misma calle por donde vine. Por suerte, todavía estaba la escalera. Pasé por el costado, como pidiendo perdón por mi actitud y volví a casa con la conciencia tranquila.
Tengo muchas cosas por ganar, no las voy a perder por pretender revelarme a unas simples supersticiones.